Existe una tendencia generalizada a
subestimar a nuestros semejantes. Quizás haya detrás de esta
tendencia una necesidad profundamente arraigada en nuestra propia esencia, y
que se manifiesta claramente en nuestra mente, o a voz viva, como un mero
instinto de supervivencia, en el que pretendemos subir un escalón de la pirámide a costa de aquél con el que nos enfrentamos.
Dentro de las armas
sociales admisibles, y dentro de unos límites, desenfundamos unos cuantos insultos o alguna frase enunciativa,
exclamativa e imperativa, que deja claro quién es mejor (no se sabe para qué).
Atacamos primero y después marcamos el territorio, tratando de explicarles a
los más cercanos que somos nosotros, y no aquellos, los que
tenemos razón. A falta de
lenguaje oral serían los dientes y
después levantaríamos la pata
frente al matorral más próximo.
Tanto para el que subestima como para el
subestimado, la necesidad de enfrentamiento es de lo más natural. Dejamos de sentir esa necesidad a medida
que vamos alcanzando un estado de pleno autoconocimiento. Mientras esto no
llega, nos sentimos inseguros porque no somos conscientes de nuestros recursos.
Y tenemos tantos, que ni siquiera los conocemos y por tanto, no los utilizamos
y por tanto, somos vulnerables al medio y por tanto, utilizamos medios
agresivos para defendernos cuando no conocemos otra manera de hacerlo. Hasta ahora
nos comportamos como los animales que somos.
Por otra parte, cuando esto no sucede,
cuando no nos enfrentamos, reprimimos una tendencia innata que se vuelve contra
nosotros mismos. Nos desequilibramos y buscamos una manera de deshacernos de este
daño hacia uno mismo. La autocompasión, la creación de mundos imaginarios, posturas infantiles, el desarrollo de una
actitud cobarde bajo el pretexto de una sensibilidad extraordinaria que impide
vivir en un mundo hostil. Me estoy acordando ahora mismo del colectivo “Emo”. Nos
convertimos en animales enfermos.
Más allá de todas las
connotaciones egocéntricas atribuidas a nuestra inteligencia, yo creo que tenemos
a nuestra disposición un instrumento capaz de modificar las
conductas innatas inadecuadas en un entorno social, para generar otras
alternativas que, siguiendo los mismos fines que los demás
animales,
permitan una convivencia basada en el respeto. Dicho de otro modo, alcanzar un
estado de autoconocimiento que nos permita convivir sin necesidad de
enfrentamiento, puesto que este se vuelve innecesario al haber alcanzado un
equilibrio entre nuestro ser animal y ser social.
De nuevo, otra interesante reflexión. Ojalá esa convivencia respetuosa fuera real a nivel tanto externo como interno. La hipocresía es la herramienta que distorsiona la veracidad de esa convivencia respetuosa.
ResponderEliminarSí, es cierto. Creo que necesitaríamos una vida de por lo menos 200 años para conseguir poner en práctica lo que digo. Escuchando una canción de Bunbury pensé en la necesidad de la hipocresía para convivir en esta sociedad que hemos creado, ya que como él cantaba, la verdad es una forma de violencia.
ResponderEliminar