sábado, 15 de septiembre de 2012

el cernícalo


A veces sucede que la calle es demasiado ancha y el semáforo se pone en rojo para los peatones cuando falta un tercio de recorrido para ponerse a salvo. Justo en ese instante algunos coches que estaban situados en la línea de salida ya no lo están, sino que se encuentran a 100 metros por delante del semáforo, y bueno, los que no pueden pasar por mi presencia y la de otros peatones se ponen histéricos y manifiestan su rabia mediante un impertinente y cacofónico claxon de su coche, mientras pegan acelerones e intuyes, por las muecas tras la luna delantera, que por la boca del conductor están saliendo muchas palabras que no recogen los diccionarios de lengua cualquiera.

Ante esta situación, me paro y alzo la vista al cielo, distraídamente, para divisar a la pareja de cernícalos que posiblemente hayan integrado en la ciudad como medida de control a la desenfrenada masa de estorninos, y que en esos instantes también cruzan la calle, a metros de altura. De nuevo vuelvo la vista hacia el ya desquiciado conductor que pretende decirme que está en posición de ganar la batalla. Es de lo más esperpéntica y, si además es un día de radiante Sol, divertida situación. 

Después de esto, me pregunto qué pasaría si no existieran las leyes que castigan el asesinato. ¿Hubiera pasado el coche por encima de mí sin mayores contemplaciones? Me contesto que sí, que si reprimió una conducta genocida fue por las consecuencias que hubiera conllevado el hecho de atropellarme.

Es necesario algo más que reglas sociales para conseguir una convivencia. Es necesaria la voluntad de querer convivir. Pero, ¿qué voluntad puede haber si no existe una necesidad?. Que el ser humano haya decidido convivir entre muchos más miembros de los que pide su naturaleza debe haber sido por las ventajas reportadas, por la especialización de diversas tareas, cada uno dedicado a una función, y que todas ellas sean necesarias para mejorar la calidad de vida del conjunto. 

Muchos conviviendo, muchos dispuestos a defender los intereses del clan varía irremediablemente el equilibrio de un estado natural, en el que muchos mueren siendo aún niños, unos pocos consigue reproducirse y alguno consigue alcanzar la edad que permite haber acumulado la sabiduría de una cultura para poder transmitirla a los que vienen detrás. Pero al alterar voluntariamente el orden natural, al morir muchos menos de los que debieran, al aumentar tan desmesuradamente nuestra esperanza de vida, el crecimiento se vuelve insostenible y se pierde la necesidad de defensa mutua por mor de la autodefensa, puesto que la amenaza comparte ahora nuestro mismo espacio y tiene nombre y apellidos. Hay que defenderse de un semejante que amenaza con invadir nuestro espacio vital, con el único objetivo de poseerlo y controlarlo, por lo que no es posible más que un aparente pacto social en el que unos pocos dictan normas y una mayoría consiente a cambio de un cada vez más débil espacio privado.

Tanta gente no puede especializarse, porque no hay tantas tareas, o tantas que sean necesarias para subsistir. Si nos ponemos a pensar, aunque sea muy débilmente, vemos rápidamente que prácticamente la totalidad de nuestras acciones son innecesarias y absurdas. No contribuyen a ninguna causa, más allá de justificar nuestra absurda existencia. Por qué si no íbamos a tener las permanentes crisis existenciales, acerca de lo que somos, y el típico de dónde venimos y a dónde vamos.

Una gran parte de nuestros semejantes nos resultan innecesarios, y sabemos que la vida sería más agradable sin ellos. ¿Para qué sirven?¿De qué manera puedo justificar que pertenecemos a la misma especie, si no fuera porque tenemos en común que hemos visto la misma película, que hemos visitado el mismo país, o que a las 3 comenzamos la jornada laboral? Ah sí, ahora recuerdo, que además compartimos la misma fisionomía. Nacen bebés sin parar, mientras que algunos superan ya los 100 años. Y entre principio y fin mantenemos lo que ya había antes de nacer y lo que seguirá habiendo después de la muerte. Sería perfecto si no fuera porque esto que mantenemos no sirve para nada, lo cual es de lo más frustrante.

Estoy segura de que si nos propusieran firmar para eliminar las tres cuartas partes de la población, y si supiéramos que iba a ser sin dolor, que nadie iba a sufrir la pérdida de un ser querido, que se iban a esfumar como lo hace una nube, firmaríamos. Yo lo haría. Firmaría ya.

Estoy convencida de que si no fuera por esas leyes, ese conductor me hubiera arrollado, por la sencilla razón de que yo no represento absolutamente nada para él.  Así de simple, así de absurdo.

2 comentarios:

  1. Una persona sabia dijo: "ha de extinguirse el Ser Humano, para que continúe la vida" Aunque sea una exageración y no comparta tal extremo, sí que es cierto que somos demasiados. El hecho de que no pare de crecer la población, condena a nuestra especie. Yo también firmaría. Cada día me gusta más mi plan B, "El retorno".

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  2. En realidad es muy difícil saber hasta qué punto seríamos capaces de defender nuestras ideas, que ahí todo cabe. ¿Qué pasaría si alguien viniera y me dijera: oye, has sido seleccionada para desaparecer.
    ¿Plan B? ¿vuelves de verdad? ¿piensas hacerlo?

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