Hace ya bastante tiempo que me convencí de que todos los humanos somos igual de inteligentes.
Pensaba que lo que cambian son los diferentes tipos de conexiones que se
desarrollan en nuestro cerebro. Digamos diferentes combinaciones entre
diferentes neuronas y diferentes resultados. Y que estas combinaciones tienen
lugar primero, teniendo en cuenta nuestra tendencia natural o peculiaridad y
segundo, a partir de las diferentes experiencias vividas en nuestra propia
historia. Más o menos
neuronas conectadas entre sí dependiendo de
la dificultad de la tarea a superar y de la frecuencia con que se repite la
misma, de manera que grupos de neuronas se van especializando en determinadas
funciones.
Tendríamos así que unas personas son mejores en matemáticas, otras con la pintura, aquellas son buenas
oradoras, y aquellos otros expertos estrategas. Todo sirve. Todo es la
especialidad de cada cual, lo que ha aprendido a cultivar para sobrevivir. Cada
cual sabe lo que necesita saber en y para sus particulares vidas.
Y sin embargo, intuyo que me equivoco en
algún punto básico. Creo que, para empezar, hablo de la inteligencia como si supiera
a qué me estoy refiriendo. He de ser consciente de que esta palabra ha sido muy
interesadamente manipulada. “Inteligencia” es una palabra que aparece
constantemente allí donde una cosa se
impone a otra. Es una palabra que justifica el por qué de las desigualdades, el
por qué de las relaciones de poder. La usamos para justificar algún tipo de superioridad basada en la inteligencia.
Creo
que me equivoco porque lo que he estado haciendo es desarrollar una idea
reactiva, que me sirve para defender una idea contraria a otra que surge desde
una posición social que
rechazo enérgicamente. Estamos partiendo de una base equivocada, confeccionada
a medida de la clase dirigente, la cual crea una reacción, a favor o en contra, pero siempre orbitando sobre
el mismo astro equivocado.
Yo me he creado mi propia definición. Entiendo la inteligencia como la capacidad para
modificar un comportamiento que obedece a un impulso innato. Este impulso está claramente orientado hacia la satisfacción de una necesidad. Por tanto, primero es necesario
que la necesidad esté identificada, y segundo, saber cómo vamos a hacer para satisfacer de una manera
adecuada (o no) esa necesidad.
Sin embargo, no logro entender cuál es el objeto de la inteligencia. En realidad, creo
que me decanto por pensar que se trata de un error natural que
desafortunadamente, se ha impuesto como un instrumento básico para la supervivencia de la especie, cuando en
realidad no es necesaria para tal fin, ya que para ello ya venimos con un libro
de instrucciones innato. Más que para la
supervivencia, sirve para desviar las tendencias naturales hacia otras que no
lo son.
En una de mis entradas, titulada “Darwin”,
explico que la naturaleza no tiene objetivos, que la selección natural es casual, involuntaria y oportunista. Que el
ser humano haya aprovechado la oportunidad de un tamaño de cerebro proporcionalmente grande no obedece a
una finalidad superior, ni venimos para algo especial, ni nuestra presencia es
esencial ni mucho menos, superior a ningún otro ser. Aún no hemos dado
con la manera de generar, por ejemplo, oxígeno, como hacen las plantas. Y eso que nos supone una necesidad básica.
Por otro lado, creo que aún sufrimos una mayor desgracia, y consiste en el
desarrollo del lenguaje complejo, verbal, escrito o gestual, como instrumento
capaz de expresar una idea, capaz por sí sola de satisfacer necesidades y que se antepone a una acción. No necesitamos actuar para satisfacer una
necesidad. Con solo hablar lo conseguimos. No necesitamos agredir físicamente para imponer nuestra voluntad sobre otra
persona. No necesitamos asaltar la barra de un bar en busca de comida. Ya llega
el camarero y le expresamos que queremos carne. Satisfacemos nuestra necesidad
de alimentarnos con solo unos movimientos guturales en combinación con determinadas posiciones bucales.
Es posible que a través del lenguaje
hayamos desarrollado un mundo de ideas descomunalmente superior al mundo que
percibimos con los órganos de los
sentidos, y que por sí solos son más que suficientes para realizar nuestras funciones.
A
través del lenguaje manipulamos la manera en que conseguimos satisfacer nuestras
necesidades, incluso las que son más básicas. Pero además, creamos otras nuevas necesidades que se albergan
en un mundo abstracto. Y con un nuevo mundo tan sumamente desarrollado a través
del lenguaje verbal y escrito, nos enfrentamos a unas necesidades “virtuales”
que en realidad no necesitamos para nada, pero que hemos implantado como básicas para la supervivencia. No poder satisfacerlas
nos frustra. Pero más frustrante
resulta saber que esa necesidad en realidad no surge de uno mismo y que por
tanto no se sabe a qué fin obedece, pero que hay que satisfacer porque se nos ha impuesto como algo
esencial. En qué nos hemos
convertido!!!...
Por poner un ejemplo, podemos pensar en todo un sistema de
creencias que uno interioriza a través de un proceso de socialización que es posible en su mayor parte gracias al lenguaje,
y que prepara para saber entender el medio en el que uno le ha tocado nacer. Este sistema de
creencias no responde a una inteligencia superior, creo yo, sino a una expresión de necesidades de unas pocas personas, dirigentes
de otras muchas, a las cuales, y por medio del lenguaje, se les impusieron como
una necesidad adaptativa.
Y lo peor, es que llegados a este punto, se
considera tonta a una persona que no tiene la necesidad de saber las cosas que
dijeron otros, porque no le satisface, porque no lo necesita para sobrevivir. Y
de esta manera tenemos que todo aquello diferente a nosotros resulta tonto,
poco inteligente, inferior a fin de cuentas. Y si nos fijamos bien, por un lado
hay un rechazo generalizado a aceptar las ideas que son impuestas por otros. Pero
por otro, criticamos enérgicamente a aquellos que no siguen las normas. ¿En qué
quedamos? ¿De qué parte estamos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario