domingo, 23 de septiembre de 2012

el verbo inerte

Hace ya bastante tiempo que me convencí de que todos los humanos somos igual de inteligentes. Pensaba que lo que cambian son los diferentes tipos de conexiones que se desarrollan en nuestro cerebro. Digamos diferentes combinaciones entre diferentes neuronas y diferentes resultados. Y que estas combinaciones tienen lugar primero, teniendo en cuenta nuestra tendencia natural o peculiaridad y segundo, a partir de las diferentes experiencias vividas en nuestra propia historia. Más o menos neuronas conectadas entre sí dependiendo de la dificultad de la tarea a superar y de la frecuencia con que se repite la misma, de manera que grupos de neuronas se van especializando en determinadas funciones. 

Tendríamos así que unas personas son mejores en matemáticas, otras con la pintura, aquellas son buenas oradoras, y aquellos otros expertos estrategas. Todo sirve. Todo es la especialidad de cada cual, lo que ha aprendido a cultivar para sobrevivir. Cada cual sabe lo que necesita saber en y para sus particulares vidas.

Y sin embargo, intuyo que me equivoco en algún punto básico. Creo que, para empezar, hablo de la inteligencia como si supiera a qué me estoy refiriendo. He de ser consciente de que esta palabra ha sido muy interesadamente manipulada. “Inteligencia” es una palabra que aparece constantemente allí donde una cosa se impone a otra. Es una palabra que justifica el por qué de las desigualdades, el por qué de las relaciones de poder. La usamos para justificar algún tipo de superioridad basada en la inteligencia. 

Creo que me equivoco porque lo que he estado haciendo es desarrollar una idea reactiva, que me sirve para defender una idea contraria a otra que surge desde una posición social que rechazo enérgicamente. Estamos partiendo de una base equivocada, confeccionada a medida de la clase dirigente, la cual crea una reacción, a favor o en contra, pero siempre orbitando sobre el mismo astro equivocado.

Yo me he creado mi propia definición. Entiendo la inteligencia como la capacidad para modificar un comportamiento que obedece a un impulso innato. Este impulso está claramente orientado hacia la satisfacción de una necesidad. Por tanto, primero es necesario que la necesidad esté identificada, y segundo, saber cómo vamos a hacer para satisfacer de una manera adecuada (o no) esa necesidad.

Sin embargo, no logro entender cuál es el objeto de la inteligencia. En realidad, creo que me decanto por pensar que se trata de un error natural que desafortunadamente, se ha impuesto como un instrumento básico para la supervivencia de la especie, cuando en realidad no es necesaria para tal fin, ya que para ello ya venimos con un libro de instrucciones innato. Más que para la supervivencia, sirve para desviar las tendencias naturales hacia otras que no lo son.

En una de mis entradas, titulada “Darwin”, explico que la naturaleza no tiene objetivos, que la selección natural es casual, involuntaria y oportunista. Que el ser humano haya aprovechado la oportunidad de un tamaño de cerebro proporcionalmente grande no obedece a una finalidad superior, ni venimos para algo especial, ni nuestra presencia es esencial ni mucho menos, superior a ningún otro ser. Aún no hemos dado con la manera de generar, por ejemplo, oxígeno, como hacen las plantas. Y eso que nos supone una necesidad básica.

Por otro lado, creo que aún sufrimos una mayor desgracia, y consiste en el desarrollo del lenguaje complejo, verbal, escrito o gestual, como instrumento capaz de expresar una idea, capaz por sí sola de satisfacer necesidades y que se antepone a una acción. No necesitamos actuar para satisfacer una necesidad. Con solo hablar lo conseguimos. No necesitamos agredir físicamente para imponer nuestra voluntad sobre otra persona. No necesitamos asaltar la barra de un bar en busca de comida. Ya llega el camarero y le expresamos que queremos carne. Satisfacemos nuestra necesidad de alimentarnos con solo unos movimientos guturales en combinación con determinadas posiciones bucales.

Es posible que a través del lenguaje hayamos desarrollado un mundo de ideas descomunalmente superior al mundo que percibimos con los órganos de los sentidos, y que por sí solos son más que suficientes para realizar nuestras funciones. 

A través del lenguaje manipulamos la manera en que conseguimos satisfacer nuestras necesidades, incluso las que son más básicas. Pero además, creamos otras nuevas necesidades que se albergan en un mundo abstracto. Y con un nuevo mundo tan sumamente desarrollado a través del lenguaje verbal y escrito, nos enfrentamos a unas necesidades “virtuales” que en realidad no necesitamos para nada, pero que hemos implantado como básicas para la supervivencia. No poder satisfacerlas nos frustra. Pero más frustrante resulta saber que esa necesidad en realidad no surge de uno mismo y que por tanto no se sabe a qué fin obedece, pero que hay que  satisfacer porque se nos ha impuesto como algo esencial.  En qué nos hemos convertido!!!... 

Por poner un ejemplo, podemos pensar en todo un sistema de creencias que uno interioriza a través de un proceso de socialización que es posible en su mayor parte gracias al lenguaje, y que prepara para saber entender el medio en el que  uno le ha tocado nacer. Este sistema de creencias no responde a una inteligencia superior, creo yo, sino a una expresión de necesidades de unas pocas personas, dirigentes de otras muchas, a las cuales, y por medio del lenguaje, se les impusieron como una necesidad adaptativa.

Y lo peor, es que llegados a este punto, se considera tonta a una persona que no tiene la necesidad de saber las cosas que dijeron otros, porque no le satisface, porque no lo necesita para sobrevivir. Y de esta manera tenemos que todo aquello diferente a nosotros resulta tonto, poco inteligente, inferior a fin de cuentas. Y si nos fijamos bien, por un lado hay un rechazo generalizado a aceptar las ideas que son impuestas por otros. Pero por otro, criticamos enérgicamente a aquellos que no siguen las normas. ¿En qué quedamos? ¿De qué parte estamos?

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