domingo, 30 de septiembre de 2012

elefantes y musarañas

Voy a transcribir un fragmento del libro “La especie elegida” de Juan Luis Arsuaga, que me parece muy interesante porque explica de una forma muy objetiva y básica de qué va eso de la inteligencia:

“El tamaño promedio del encéfalo humano está en torno a los 1250 g, y aunque es superior al de cualquier otra especie de primate o al de la mayoría de los animales, es claramente inferior al de los grandes mamíferos: el de la ballena azul (el animal más grande que ha existido) ronda los 6800 g y el elefante africano (el mayor mamífero terrestre vivo) está en torno a los 5700 g.

 ¿Quiere esto decir que los elefantes son más inteligentes que los humanos? No. Lo que sucede es que, puesto que el trabajo del encéfalo consiste en coordinar el funcionamiento del resto del cuerpo, cuanto más grande sea este, mayor será el encéfalo requerido para una adecuada coordinación. Por ello, a la hora de comparar el tamaño encefálico de dos especies hay que tener en cuenta el efecto del tamaño corporal sobre el tamaño del propio encéfalo.

Una manera sencilla de relacionar el tamaño del cuerpo con el del encéfalo consiste en dividir el peso del encéfalo entre el peso del cuerpo. De esta forma hallaremos la proporción existente entre ambos. Cuanto mayor sea dicha proporción más gramos de encéfalo tendrá un animal por cada gramo de peso corporal. Con esta operación tenemos que los animales más encefalizados no somos nosotros, sino los mamíferos más pequeños, las musarañas, y dentro de estas, la etrusca, cuyo peso no supera los 3 g, y que presentan encéfalos proporcionalmente mayores para su peso corporal. Sin embargo, tampoco son más inteligentes que nosotros.
El tamaño del encéfalo aumenta más despacio que el tamaño del cuerpo, o dicho de otro modo, el encéfalo se va haciendo proporcionalmente menor al aumentar el tamaño del cuerpo. Este fenómeno, el cambio en las proporciones entre los órganos al aumentar el tamaño corporal, es muy común en los seres vivos y recibe el nombre de alometría o Ley de la Disarmonía.

Existe alometría entre los adultos de la misma especie. Un buen ejemplo lo constituye la variación del “peso ideal” en relación con la estatura. A medida que la estatura aumenta, el peso ideal se va haciendo relativamente mayor, de manera que a una mujer de 150 cm le corresponden 47 kg de peso ideal, es decir, 315 g por cada centímetro, mientras que otra de 180 cm debería tener un peso ideal de 67 kg, o 372 g por cm.
Dado que el encéfalo de los mamíferos crece alométricamente respecto del tamaño corporal, la única manera de comparar el encéfalo de especies de tamaño diferentes es la de calcular el peso encefálico que debería tener cada una de ellas según su peso corporal y comparar dichos “pesos encefálicos ideales” con sus pesos encefálicos reales. Aquella especie que presente un mayor superávit en el peso encefálico será la más encefalizada.

El peso encefálico que le corresponde a un organismo en función de su peso corporal es el “valor esperado” (su peso encefálico ideal) mientras que el tamaño que realmente tiene su encéfalo se le llama “valor encontrado”. El índice entre ambos valores (encontrado/esperado) se conoce como índice de encefalización y mide la disparidad entre el tamaño que debería tener el encéfalo de un animal y el tamaño que en realidad tiene. Cuando el índice de encefalización de una especie es igual a 1, podemos decir que sus valores esperado y encontrado son iguales y, por lo tanto, que su encéfalo es el que le corresponde por su tamaño. Si el valor del índice es menor que 1, entonces el valor encontrado es menor que el esperado y la especie tiene un encéfalo menor del que le correspondería, mientras que valores del índice superiores a 1 indican encéfalos mayores de lo esperado.

Algunas conclusiones son:

  • Los primates aparecen como un grupo de mamíferos altamente encefalizados (pero no los más encefalizados, como a menudo se sostiene). Los valores de los índices de los primates estudiados son mayores a 1.
  • La especie Homo sapiens es la más encefalizada de todos los mamíferos. Su índice arroja una cifra superior a 7, es decir, que nuestro encéfalo es más de 7 veces mayor de lo que le correspondería a un mamífero de nuestro peso corporal.
  • Las especies que aparecen como más próximas a los humanos en cuanto a encefalización no son otros primates sino los cetáceos. En especial los delfines, con valores de los índices de encefalización mayores de 4.”

Según este texto, entiendo que lo mejor es mantener al cuerpo bien equilibrado, y que una modificación sobre este perjudica siempre su estado natural, al sufrir un desequilibrio, no sólo física sino también psicológicamente. Aunque tengo una duda: en el caso de reducir nuestro peso corporal, bajo supervisión médica, o con conocimiento de lo que se hace, es decir, aportando todos los nutrientes necesarios para el correcto funcionamiento del organismo, ¿nos volveríamos más encefalizados, puesto que el cerebro coordinaría menor cantidad de masa corporal?. Pienso en los orientales, que por lo general mantienen el mismo peso encefálico mientras que tienen menor peso corporal que la media. También en los alemanes y americanos del norte, muchos de ellos tan enormes y con esos excesos de tejido adiposo. O los esquimales, bajitos y rechonchos, adaptados a las condiciones climáticas extremas. Y así cada una de las diferencias que encontramos en cada cultura. A veces por desequilibrios adaptativos del medio (hablando en términos de relatividad, claro), otras por mantener malas costumbres, aprendidas en nuestra contra-natura sociedad, desnutrición… u otros motivos, que según este texto, pueden ser encontradas muchas diferencias a nivel de intelecto dentro de nuestra especie. 

Me parece evidente que el ser humano ha desarrollado diferentes artimañas para someter unos pueblos a otros, y que entre estas no se encuentra la superioridad intelectual. Más bien lo vería al revés: Culturas intelectualmente inferiores han sometido a otras superiores por mera codicia, por verse incapaces, y a su vez humilladas, por no poseer las riquezas (en cualquiera de sus formas) ajenas. En una situación de desigualdad, está claro que no es el intelecto, sino la fuerza y la posesión de medios destructivos las que ganan las batallas.

Es el desequilibrio artificial el que conlleva al cambio artificial, y por medio podemos encontrar emociones y sentimientos negativos que impulsan a la acción, y que este, podemos comprobar, va orientada hacia la destrucción de la especie a la que se pertenece.

domingo, 23 de septiembre de 2012

el verbo inerte

Hace ya bastante tiempo que me convencí de que todos los humanos somos igual de inteligentes. Pensaba que lo que cambian son los diferentes tipos de conexiones que se desarrollan en nuestro cerebro. Digamos diferentes combinaciones entre diferentes neuronas y diferentes resultados. Y que estas combinaciones tienen lugar primero, teniendo en cuenta nuestra tendencia natural o peculiaridad y segundo, a partir de las diferentes experiencias vividas en nuestra propia historia. Más o menos neuronas conectadas entre sí dependiendo de la dificultad de la tarea a superar y de la frecuencia con que se repite la misma, de manera que grupos de neuronas se van especializando en determinadas funciones. 

Tendríamos así que unas personas son mejores en matemáticas, otras con la pintura, aquellas son buenas oradoras, y aquellos otros expertos estrategas. Todo sirve. Todo es la especialidad de cada cual, lo que ha aprendido a cultivar para sobrevivir. Cada cual sabe lo que necesita saber en y para sus particulares vidas.

Y sin embargo, intuyo que me equivoco en algún punto básico. Creo que, para empezar, hablo de la inteligencia como si supiera a qué me estoy refiriendo. He de ser consciente de que esta palabra ha sido muy interesadamente manipulada. “Inteligencia” es una palabra que aparece constantemente allí donde una cosa se impone a otra. Es una palabra que justifica el por qué de las desigualdades, el por qué de las relaciones de poder. La usamos para justificar algún tipo de superioridad basada en la inteligencia. 

Creo que me equivoco porque lo que he estado haciendo es desarrollar una idea reactiva, que me sirve para defender una idea contraria a otra que surge desde una posición social que rechazo enérgicamente. Estamos partiendo de una base equivocada, confeccionada a medida de la clase dirigente, la cual crea una reacción, a favor o en contra, pero siempre orbitando sobre el mismo astro equivocado.

Yo me he creado mi propia definición. Entiendo la inteligencia como la capacidad para modificar un comportamiento que obedece a un impulso innato. Este impulso está claramente orientado hacia la satisfacción de una necesidad. Por tanto, primero es necesario que la necesidad esté identificada, y segundo, saber cómo vamos a hacer para satisfacer de una manera adecuada (o no) esa necesidad.

Sin embargo, no logro entender cuál es el objeto de la inteligencia. En realidad, creo que me decanto por pensar que se trata de un error natural que desafortunadamente, se ha impuesto como un instrumento básico para la supervivencia de la especie, cuando en realidad no es necesaria para tal fin, ya que para ello ya venimos con un libro de instrucciones innato. Más que para la supervivencia, sirve para desviar las tendencias naturales hacia otras que no lo son.

En una de mis entradas, titulada “Darwin”, explico que la naturaleza no tiene objetivos, que la selección natural es casual, involuntaria y oportunista. Que el ser humano haya aprovechado la oportunidad de un tamaño de cerebro proporcionalmente grande no obedece a una finalidad superior, ni venimos para algo especial, ni nuestra presencia es esencial ni mucho menos, superior a ningún otro ser. Aún no hemos dado con la manera de generar, por ejemplo, oxígeno, como hacen las plantas. Y eso que nos supone una necesidad básica.

Por otro lado, creo que aún sufrimos una mayor desgracia, y consiste en el desarrollo del lenguaje complejo, verbal, escrito o gestual, como instrumento capaz de expresar una idea, capaz por sí sola de satisfacer necesidades y que se antepone a una acción. No necesitamos actuar para satisfacer una necesidad. Con solo hablar lo conseguimos. No necesitamos agredir físicamente para imponer nuestra voluntad sobre otra persona. No necesitamos asaltar la barra de un bar en busca de comida. Ya llega el camarero y le expresamos que queremos carne. Satisfacemos nuestra necesidad de alimentarnos con solo unos movimientos guturales en combinación con determinadas posiciones bucales.

Es posible que a través del lenguaje hayamos desarrollado un mundo de ideas descomunalmente superior al mundo que percibimos con los órganos de los sentidos, y que por sí solos son más que suficientes para realizar nuestras funciones. 

A través del lenguaje manipulamos la manera en que conseguimos satisfacer nuestras necesidades, incluso las que son más básicas. Pero además, creamos otras nuevas necesidades que se albergan en un mundo abstracto. Y con un nuevo mundo tan sumamente desarrollado a través del lenguaje verbal y escrito, nos enfrentamos a unas necesidades “virtuales” que en realidad no necesitamos para nada, pero que hemos implantado como básicas para la supervivencia. No poder satisfacerlas nos frustra. Pero más frustrante resulta saber que esa necesidad en realidad no surge de uno mismo y que por tanto no se sabe a qué fin obedece, pero que hay que  satisfacer porque se nos ha impuesto como algo esencial.  En qué nos hemos convertido!!!... 

Por poner un ejemplo, podemos pensar en todo un sistema de creencias que uno interioriza a través de un proceso de socialización que es posible en su mayor parte gracias al lenguaje, y que prepara para saber entender el medio en el que  uno le ha tocado nacer. Este sistema de creencias no responde a una inteligencia superior, creo yo, sino a una expresión de necesidades de unas pocas personas, dirigentes de otras muchas, a las cuales, y por medio del lenguaje, se les impusieron como una necesidad adaptativa.

Y lo peor, es que llegados a este punto, se considera tonta a una persona que no tiene la necesidad de saber las cosas que dijeron otros, porque no le satisface, porque no lo necesita para sobrevivir. Y de esta manera tenemos que todo aquello diferente a nosotros resulta tonto, poco inteligente, inferior a fin de cuentas. Y si nos fijamos bien, por un lado hay un rechazo generalizado a aceptar las ideas que son impuestas por otros. Pero por otro, criticamos enérgicamente a aquellos que no siguen las normas. ¿En qué quedamos? ¿De qué parte estamos?

sábado, 15 de septiembre de 2012

el cernícalo


A veces sucede que la calle es demasiado ancha y el semáforo se pone en rojo para los peatones cuando falta un tercio de recorrido para ponerse a salvo. Justo en ese instante algunos coches que estaban situados en la línea de salida ya no lo están, sino que se encuentran a 100 metros por delante del semáforo, y bueno, los que no pueden pasar por mi presencia y la de otros peatones se ponen histéricos y manifiestan su rabia mediante un impertinente y cacofónico claxon de su coche, mientras pegan acelerones e intuyes, por las muecas tras la luna delantera, que por la boca del conductor están saliendo muchas palabras que no recogen los diccionarios de lengua cualquiera.

Ante esta situación, me paro y alzo la vista al cielo, distraídamente, para divisar a la pareja de cernícalos que posiblemente hayan integrado en la ciudad como medida de control a la desenfrenada masa de estorninos, y que en esos instantes también cruzan la calle, a metros de altura. De nuevo vuelvo la vista hacia el ya desquiciado conductor que pretende decirme que está en posición de ganar la batalla. Es de lo más esperpéntica y, si además es un día de radiante Sol, divertida situación. 

Después de esto, me pregunto qué pasaría si no existieran las leyes que castigan el asesinato. ¿Hubiera pasado el coche por encima de mí sin mayores contemplaciones? Me contesto que sí, que si reprimió una conducta genocida fue por las consecuencias que hubiera conllevado el hecho de atropellarme.

Es necesario algo más que reglas sociales para conseguir una convivencia. Es necesaria la voluntad de querer convivir. Pero, ¿qué voluntad puede haber si no existe una necesidad?. Que el ser humano haya decidido convivir entre muchos más miembros de los que pide su naturaleza debe haber sido por las ventajas reportadas, por la especialización de diversas tareas, cada uno dedicado a una función, y que todas ellas sean necesarias para mejorar la calidad de vida del conjunto. 

Muchos conviviendo, muchos dispuestos a defender los intereses del clan varía irremediablemente el equilibrio de un estado natural, en el que muchos mueren siendo aún niños, unos pocos consigue reproducirse y alguno consigue alcanzar la edad que permite haber acumulado la sabiduría de una cultura para poder transmitirla a los que vienen detrás. Pero al alterar voluntariamente el orden natural, al morir muchos menos de los que debieran, al aumentar tan desmesuradamente nuestra esperanza de vida, el crecimiento se vuelve insostenible y se pierde la necesidad de defensa mutua por mor de la autodefensa, puesto que la amenaza comparte ahora nuestro mismo espacio y tiene nombre y apellidos. Hay que defenderse de un semejante que amenaza con invadir nuestro espacio vital, con el único objetivo de poseerlo y controlarlo, por lo que no es posible más que un aparente pacto social en el que unos pocos dictan normas y una mayoría consiente a cambio de un cada vez más débil espacio privado.

Tanta gente no puede especializarse, porque no hay tantas tareas, o tantas que sean necesarias para subsistir. Si nos ponemos a pensar, aunque sea muy débilmente, vemos rápidamente que prácticamente la totalidad de nuestras acciones son innecesarias y absurdas. No contribuyen a ninguna causa, más allá de justificar nuestra absurda existencia. Por qué si no íbamos a tener las permanentes crisis existenciales, acerca de lo que somos, y el típico de dónde venimos y a dónde vamos.

Una gran parte de nuestros semejantes nos resultan innecesarios, y sabemos que la vida sería más agradable sin ellos. ¿Para qué sirven?¿De qué manera puedo justificar que pertenecemos a la misma especie, si no fuera porque tenemos en común que hemos visto la misma película, que hemos visitado el mismo país, o que a las 3 comenzamos la jornada laboral? Ah sí, ahora recuerdo, que además compartimos la misma fisionomía. Nacen bebés sin parar, mientras que algunos superan ya los 100 años. Y entre principio y fin mantenemos lo que ya había antes de nacer y lo que seguirá habiendo después de la muerte. Sería perfecto si no fuera porque esto que mantenemos no sirve para nada, lo cual es de lo más frustrante.

Estoy segura de que si nos propusieran firmar para eliminar las tres cuartas partes de la población, y si supiéramos que iba a ser sin dolor, que nadie iba a sufrir la pérdida de un ser querido, que se iban a esfumar como lo hace una nube, firmaríamos. Yo lo haría. Firmaría ya.

Estoy convencida de que si no fuera por esas leyes, ese conductor me hubiera arrollado, por la sencilla razón de que yo no represento absolutamente nada para él.  Así de simple, así de absurdo.

sábado, 8 de septiembre de 2012

la búsqueda


Existe una tendencia generalizada a subestimar a nuestros semejantes. Quizás haya detrás de esta tendencia una necesidad profundamente arraigada en nuestra propia esencia, y que se manifiesta claramente en nuestra mente, o a voz viva, como un mero instinto de supervivencia, en el que pretendemos subir un escalón de la pirámide a costa de aquél con el que nos enfrentamos. 

Dentro de las armas sociales admisibles, y dentro de unos límites, desenfundamos unos cuantos insultos o alguna frase enunciativa, exclamativa e imperativa, que deja claro quién es mejor (no se sabe para qué). Atacamos primero y después marcamos el territorio, tratando de explicarles a los más cercanos que somos nosotros, y no aquellos, los que tenemos razón. A falta de lenguaje oral serían los dientes y después levantaríamos la pata frente al matorral más próximo.

Tanto para el que subestima como para el subestimado, la necesidad de enfrentamiento es de lo más natural. Dejamos de sentir esa necesidad a medida que vamos alcanzando un estado de pleno autoconocimiento. Mientras esto no llega, nos sentimos inseguros porque no somos conscientes de nuestros recursos. Y tenemos tantos, que ni siquiera los conocemos y por tanto, no los utilizamos y por tanto, somos vulnerables al medio y por tanto, utilizamos medios agresivos para defendernos cuando no conocemos otra manera de hacerlo. Hasta ahora nos comportamos como los animales que somos.

Por otra parte, cuando esto no sucede, cuando no nos enfrentamos, reprimimos una tendencia innata que se vuelve contra nosotros mismos. Nos desequilibramos y buscamos una manera de deshacernos de este daño hacia uno mismo. La autocompasión, la creación de mundos imaginarios, posturas infantiles, el desarrollo de una actitud cobarde bajo el pretexto de una sensibilidad extraordinaria que impide vivir en un mundo hostil. Me estoy acordando ahora mismo del colectivo “Emo”. Nos convertimos en animales enfermos.

Más allá de todas las connotaciones egocéntricas atribuidas a nuestra inteligencia, yo creo que tenemos a nuestra disposición un instrumento capaz de modificar las conductas innatas inadecuadas en un entorno social, para generar otras alternativas que, siguiendo los mismos fines que los demás animales, permitan una convivencia basada en el respeto. Dicho de otro modo, alcanzar un estado de autoconocimiento que nos permita convivir sin necesidad de enfrentamiento, puesto que este se vuelve innecesario al haber alcanzado un equilibrio entre nuestro ser animal y ser social.